Por Javier Franco Núñez
Consultor en planificación y comunicación estratégica para partidos políticos
En política, no siempre gana el que más votos moviliza en las primarias, sino quien entiende que la verdadera partida empieza después. Las elecciones generales no son una carrera que arranca el día que el Consejo Nacional Electoral convoca la campaña oficial; es un juego que ya se está decidiendo hoy, en las semanas silenciosas donde cada movimiento —o falta de movimiento— envía señales claras al electorado.
Desde hace más de una década, cuando tuve la oportunidad de especializarme en planificación estratégica para partidos políticos en Alemania, advertí que las transiciones políticas no dependen solo de resultados electorales previos, sino de cómo los actores saben leer los tiempos intermedios. Ya en 2011 avizoramos cómo las alianzas políticas y el reacomodo post-electoral empezarían a definir el escenario hondureño. Hoy, nuevamente, esa lectura temprana es clave para cualquier fuerza política.
Las primarias han concluido. Y con ellas, los movimientos internos han dejado de existir jurídicamente. Lo que queda en contienda son los partidos políticos, con sus liderazgos consolidados, expuestos ante la ciudadanía como opciones definitivas. La pregunta no es quién ganó más votos en las primarias. La verdadera pregunta es: ¿quién está haciendo las jugadas correctas después de ellas?
Hay cuatro movimientos estratégicos que todos los partidos deberían estar ejecutando ya si quieren llegar fuertes y competitivos a noviembre:
Primero, la consolidación inmediata de unidad partidaria. No se puede permitir que las heridas internas se prolonguen ni que las tensiones internas se conviertan en un lastre público. El partido que logre, desde ya, mostrar públicamente que sus excandidatos, sus líderes y sus bases están trabajando juntos, proyectará gobernabilidad y estabilidad. El silencio prolongado o las fracturas expuestas, en cambio, cuestan más que cualquier campaña publicitaria.
Segundo, la captura anticipada del votante indeciso y útil. Ese votante que marcó blanco, nulo, o simplemente no participó en las primarias, ya está observando. No esperará a que lo convenzan en los últimos 30 días. Todos los partidos tienen aquí una oportunidad para hablarle claro al desencantado, al joven votante, al ciudadano cansado de confrontación. La estrategia ganadora es empezar desde hoy a construir ese puente.
Tercero, el control de la narrativa pública. ¿Quién está marcando el ritmo de la conversación? ¿Quién está permitiendo que sus fracturas internas o sus debilidades sean titulares? El partido que logre instalar un discurso de cohesión, responsabilidad y apertura en estos meses marca el clima electoral antes que los demás.
Y cuarto, pero no menos importante, el fortalecimiento territorial silencioso. Mientras unos gastan energía en declaraciones, otros pueden estar aprovechando el momento para reforzar estructura, consolidar presencia en municipios clave y prepararse para movilizar no solo militancia, sino votantes estratégicos.
Estas son las jugadas que no siempre salen en portadas, pero que definen resultados. Lo he dicho antes y lo repito ahora: en política, las oportunidades no esperan; quien sabe leer el momento intermedio y actuar, no solo llega preparado, sino que construye ventaja real.
Las primarias fueron solo el primer movimiento. Los movimientos internos quedaron atrás. Ahora, los partidos políticos son quienes quedan frente a la ciudadanía. Y la verdadera partida ya está en juego para todos.
Quizás lo que está en juego no es solo quién gana la elección, sino cómo los partidos muestran su capacidad de madurez política. Las jugadas post-primarias revelan qué tan preparados están para gobernar, no solo para competir. Y en ese camino, las próximas convenciones partidarias serán el escenario donde podrán reafirmar esa madurez ante la ciudadanía: no solo como un trámite interno, sino como el momento clave para consolidar liderazgos, cerrar filas y presentar una oferta clara y coherente al país. La ciudadanía también observa quién entiende que el poder es un medio para el servicio, no un fin en sí mismo.
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